☕Días nublados… días raros.

Días nublados, de esos en los que el alma parece no decidir si está en paz o en tormenta.
La dualidad del ser humano es desconcertante: puedes sentirte feliz sin una razón clara, o profundamente triste a pesar de tenerlo todo en orden. No hay lógica que alcance para explicar lo que el corazón guarda en silencio.

Hoy fue uno de esos días.
La mañana comenzó con un sol brillante que me hizo sentir invencible. Retomar mis actividades cotidianas me dio una sensación de estructura, de propósito. Me sentí útil, despierta, fuerte.
El mediodía, en cambio, fue agitado. Un ir y venir de pendientes y llamadas que no me dejaron espacio ni para respirar. Me envolvió el ruido del mundo, me desconecté de mí misma.
Y luego vino la tarde. El cielo se nubló de pronto, como si hubiera escuchado mi interior. Todo se volvió más lento. Silencioso. Melancólico.

Es curioso cómo el clima exterior puede sincronizarse con nuestro clima interno.
La nostalgia se instaló sin permiso en mis sentimientos, como una vieja amiga que ya no me visita tan seguido, pero cuando lo hace, se queda un rato largo. Me trajo recuerdos de mi familia, de los abrazos cálidos que no recibo desde hace tiempo, de conversaciones y risas alrededor de la mesa.
Me hizo pensar en lo que dejé atrás para llegar hasta aquí.

Elegí una vida distinta.
Una ciudad nueva. Un entorno donde nadie me conocía, donde pude reinventarme lejos de los patrones que aprendí en casa. Fue una elección valiente, pero no siempre es fácil.
Porque hay días como este, en los que el silencio grita más fuerte y la soledad se cuela hasta los huesos.
Fue como mirar una foto antigua y verte ahí, siendo alguien que ya no eres.

Recordé a la mujer que fui. Una versión mía que, aunque ya no me define, aún vive en algún rincón de mis recuerdos.
Y me pregunté: ¿cómo es posible evolucionar tanto que tu pasado parezca una película ajena? ¿Cómo se digiere esa sensación de haber vivido muchas vidas en una sola?

No es que anhele volver.
No extraño lo que fui, pero reconozco que me duele el recuerdo. Porque hay algo hermoso y trágico en ver con claridad que esa vida, con sus luces y sombras, ya no volverá.
Y sin embargo, esa historia también soy yo. Me moldeó, me enseñó, me preparó para lo que ahora puedo sostener.

Hoy soy otra. Y aun con la tristeza de esta tarde, me reconozco más fuerte, más libre, más yo.
Duele crecer. Pero duele más quedarse donde uno no pertenece.
Por eso elijo seguir, aunque los días nublados me detengan un poco el paso.
Aunque el pasado me acaricie el alma con melancolía.
Porque hoy, aquí, con esta nueva vida y esta nueva versión de mí, también hay luz y amor a mi alrededor.
💬 ¿Te resonó algo de lo que leíste? Me encantará leer tu experiencia, tus ideas o simplemente saber que pasaste por aquí. Este espacio también es tuyo. ¡Gracias por estar! ☕✨

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *