Que felicidad sentirte acompañada y amada.
Encontrar el amor, cuando ya has aprendido a amarte, es definitivamente una experiencia inefable. No vino a salvarme. No vino a completar nada. No llegó con promesas ni grandilocuencias. Llegó con un torbellino de tonterías que me hicieron reír hasta que me dolía la barriguita.
Este amor no gritó su llegada. Se tomo su tiempo. No se asustó de mi pasado ni de mis silencios. No quiso desarmarme para rehacerme. Solo me sonrió, me preparo un bullshot y me embriago de felicidad. Encontró su lugar en mí, y yo me sentí segura en él.
Llego de una forma rara, inesperada, sin más expectativas que las de conocernos. Y conociéndonos, nos enamoramos.
Antes de él, viví otros amores. Algunos enseñaron a la fuerza. Otros solo se disfrazaban de amor, cuando en realidad eran ganas de sentirse felices un rato. Parejas que confundieron estabilidad con amor, control con cuidados y abandono con libertad.
Amores que me enseñaron a fuerza de heridas. Que me rompieron para que aprendiera a reconstruirme. Amores que me prepararon para este momento.
Y lo hice. Pedazo a pedazo me reconstruí. A mi ritmo. Con cicatrices que ya no me avergüenzan, sino que me enorgullecen.
¿Cómo saber si este amor es el indicado?
No hay amor perfecto, y este no es la excepción. Pero es real hoy, y lo más importante, deseo que siga siendo real mañana. Y solo por desearlo para mi futuro, eso ya lo hace inmenso.
Un amor maduro. Un hombre maduro, que me acompaña en todos mis sueños, sin empujarme a ellos. Que me escucha, y hace lo posible por no corregirme. Que me deja ser, sin miedo a perderme en la libertad que me otorga.
Amor que me suma en todo, pero no me invade. Que me demanda cariñitos y me llena también de ellos. Que me lo repite constantemente, para que no lo olvide.
Un amor donde las manos se buscan sin urgencia. Un amor no se alimenta de promesas, sino que se nutre con la presencia. Un amor que parece un sábado por la tarde, para disfrutarse sin prisas.
Un amor que se siente como hogar. Que no solo da paz, sino también risas, complicidad y silencios compartidos. Un amor que no arde, ni tiene fuegos artificiales, pero a cambio, te llena de momentos de complicidad, de acciones espontaneas, y de sueños compartidos materializándose en proyectos.
Este amor no me promete el ‘para siempre’. Pero me regala el ‘hoy’ con tanta plenitud… que ya es suficiente.
¿Y tú?
¿Has vivido un amor que se sienta como hogar?
☕ Déjame un cafecito si este texto resonó contigo.
