
Hay días en los que todo el mundo parece tener una necesidad urgente…
excepto tú.
Tu hija grita. Se porta mal. Te hace berrinche y demanda tu atención.
Tu pareja necesita apoyo, tus amigos están pasando por un mal momento, hay urgencias en el trabajo… todo gira en torno a algo, pero no eres tú.
Y tú ahí, intentando ser paciente, comprensiva, estable.
Siendo la adulta emocional del lugar.
La que siempre tiene que tener un poco más de aguante, un poco más de cabeza fría, un poco más de soluciones. La que siempre tiene que estar.
Y de pronto te das cuenta de algo:
nadie está viendo por ti.
Nadie se pregunta si tú estás bien.
Nadie se acerca con ternura, con gratitud, con un “¿cómo estás tú?”.
Solo piden.
Solo exigen.
Solo se quejan.
Solo esperan que tú —que tienes trabajo, preocupaciones, incertidumbres, etc.— sostengas su mundo sin quejarte.
Y lo peor es que tú misma te entrenaste para eso.
Para ser la que no se queja.
La que aguanta.
La que dice “no pasa nada”.
Pero sí pasa, y mucho…
Pasa que te estás hartando.
Pasa que te sientes invisible.
Pasa que estás a punto de estallar, no por maldad, sino porque el alma también se desgasta.
Tú también tienes miedo.
Tú también tienes hambre de consuelo.
Tú también estás agotada de ser el pilar que nunca se cae.
No quieres que te resuelvan la vida
Solo quieres un poco de cariño.
Un abrazo sin pedirlo.
Un “gracias” sin recordatorio.
Un silencio que no venga con una nueva demanda.
No quieres que te aplaudan por ser fuerte.
Solo quieres que alguien te mire y diga:
“Tú también importas. A ti también hay que cuidarte.”
Y si nadie cuida de ti hoy…
Entonces que esta entrada te sirva como espejo, como grito suave, como trinchera emocional.
Para ti, para mí, para todas las mujeres que sostienen casas, parejas, hijos y no tienen un solo rincón donde soltar.
Que sepas esto:
Tu cansancio no te hace débil.
Tu hartazgo no te hace mala madre, ni mala pareja.
Te hace humana.
Y mereces cuidarte a ti.
Porque tal vez, nadie más lo haga.
☕ Isa