Durante mucho tiempo, me costó reconocer mis propios logros sin sentirme incómoda. Me costaba contar mis triunfos, optaba por quedarme callada y festejar sola. Como si al brillar y decirlo, estuviera siendo egoísta. Como si crecer profesionalmente o cumplir un sueño despertara en otros algo más parecido a la envidia que a la alegría compartida.
Y es que a veces nos enseñan que hay que ser humildes y minimizar nuestros logros para no incomodar. Para no hacer ruido. Para no destacar “demasiado”. Pero… ¿quién dijo que había que disculparse por ser feliz?
Ayer recibí una noticia que me sacudió el alma: mi libro obtuvo el sello del programa Maestría de Universo de Letras. Un reconocimiento que no solo habla de calidad literaria, sino también del alma que le puse a cada página.
Me encontraba en un hospital, emocionada por la noticia. Salí de ahí y me puse a llorar de felicidad. Me abracé yo solita y enjugué mis lágrimas. Y luego vino el pensamiento: ¿está bien sentirme tan orgullosa y feliz en un hospital?
Sí. Está bien.
Está bien sentirte plena. Realizada. Exitosa.
Está bien recibir con gratitud los frutos de tanto esfuerzo.
Y, sobre todo, está bien esperar que las personas que te rodean se alegren contigo, y no que compitan en silencio o apaguen tu luz con sus sombras.
El éxito no debería incomodar a quienes te aman.
Debería ser motivo de fiesta compartida.
Y tener una pareja que se emocione con tus triunfos en vez de sentirse celosa de ellos, no es un lujo: es una base sana del amor.
Hoy celebro, sin culpa. Porque todo lo que he logrado, lo he sembrado con mis propias manos, con desvelos, dudas, lágrimas, perseverancia y fe. Y si alguien se aleja por eso… no es pérdida, es espacio.
✨ Que seamos capaces de celebrar nuestras victorias sin pedir permiso.
✨ Que nos abracemos en voz alta cuando la vida, por fin, nos dice: sí, este logro es tuyo.
☕ Isa